UNA SOLEDAD...Y MÁS



    Siempre me he preguntado porqué se habla de la soledad como si fuese un estado general, como si tuviese una forma definida y se instalase en nuestro ser.. Como una etiqueta. 
En todo lo que llevo de vida, he sentido y siento la soledad con muchas caras y formas. En cada circunstancia, me ha hecho sentir cosas diferentes. Algunas veces, incluso felices.

Cuando era niña, ya pensaba como adulta, quizá porque en mi entorno familiar no me hacían sentir niña. Por esa razón, en el colegio era conceptuada una sabionda y no encajaba muy bien entre las demás. Ellas hablaban de muñecas, y yo me aburría; entonces la soledad se instalaba en mi y una sensación de que era un bicho raro me invadía. Era una soledad de aprendizaje, de endurecimiento del carácter.

He sentido la soledad con el primer amor... Puro, autentico, pero prohibido en una sociedad rancia y moralista, que solo entendía de corrección y no de sentimientos. Al no poder gritar a los cuatro vientos este amor y tener que esconderlo, era una soledad que ahogaba, que oprimía el pecho, y solo respiraba en los brazos del hombre al que amaba.

Cuando cansada de multitudes, frívolos halagos, excesos más o menos controlados y golpes crueles del destino,  la soledad fue requerida por mi. Sólo necesitaba mi propia compañía. Y en ese estado casi autista, esa soledad me proporcionó paz, y la oportunidad de poner en orden mi mente y mi vida.

Creo que la peor soledad es la que se vive en compañía. Soledad que también he experimentado... Cuando con la persona que vives solo hay miradas perdidas, besos fríos y caricias heladas. Cuando no existe diálogo... Cuando no existe nada. Esa soledad, si no la echas de tu vida, te anula, te aniquila.

Ahora la soledad es intermitente y mental. Va y viene. Pero ya no me sorprende, no me angustia, no me tiraniza. La he bajado de su pedestal de dominio. Nunca más caeré en la trampa de refugiarme entre multitudes para paliar esa soledad. La búsqueda desesperada de encontrar compañía, sólo produce un vacío añadido y una sensación de cierto patetismo.

Cada soledad es una enseñanza, un conocimiento de nuestra propia persona... Y en algunos momentos, una amiga.