CUANDO LA TRISTEZA CAMBIA DE NOMBRE

CUANDO LA TRISTEZA CAMBIA DE NOMBRE

Cuando la tristeza se alarga en el tiempo y pierde ese punto sereno que te da el pensar que pronto pasará, y se convierte en algo permanente y doloroso, cuando esa tristeza va acompañada de miedo e incertidumbre, cuando la causa no sólo es emocional y sientes dolor físico, ese dolor que te retuerce y aniquila tu energía, cuando además no puedes exteriorizarlo para evitar el dolor en los demás, cuando sólo hay puntas afiladas de cuchillos apuntando a tu cuerpo y te sientes atada frente a una tabla como la partenaire de un artista de circo, cuando quieres gritar desde la ventana pidiendo auxilio y nadie te oye, tal vez porque ahí fuera son muchos los que gritan, cuando sientes que las fuerzas te fallan para mantenerte erguida, cuando te duelen las comisuras de los labios de tanto mostrar una sonrisa fingida, o te asomas al espejo y en tus ojos sólo ves un tupido velo tejido por arañas y un rostro macilento...

Cuando todo eso ocurre, la tristeza se convierte en desesperación y sólo ves dos opciones viables para  vencerla y que ponen a prueba tu pragmatismo: dejarse llevar por el miedo y de la necesidad egoísta de escapar de todo, pensar en ti y hacer que tu vida si no feliz, sea al menos tranquila... Volar. O dejarse llevar por ese miedo de una forma más radical y cobarde: ver en el borde del precipicio la entrada vip para saltar al vacío mientras ejecutas tu último baile en solitario y sin aplausos, para después descansar por fin; dejar atrás el dolor que sólo está acompañado de más dolor... Huir.
Pero cuando esa desesperación enloquecida abre un paréntesis de cordura, te deja ver que hay otra opción, la de plantarle cara al miedo mirándole de frente, mostrándole que hay una forma de vencerle, la de la fuerza que da el pundonor, las promesas hechas, el sentido del deber y sobre todo el amor a la vida. La que te enseña que adaptarse a las circunstancias no es resignarse, la que te hace luchar pero con los pies en la tierra, a no creer en milagros pero sin perder la esperanza en la ciencia, a proteger a los que de ti dependen pero sin dejar de protegerte tú, a procurar que en tus labios aflore una sonrisa auténtica y no congelada a pesar del dolor. A intentar ver en el espejo un brillo en los ojos a través del velo, a trepar hasta salir del pozo tenebroso buscando un rayo de luz, aunque te fallen las piernas, a dejar de llorar lágrimas secas y de gritar hacia adentro.
 
Hay que elegir, sí. Entre caminos sin metas definidas y decantarse por uno. Hay que elegir entre esconder la cabeza debajo del ala, o dar la cara para sobrevivir con dignidad.
Pero hay que elegir ya. Se acaba el tiempo y hay que empezar a caminar por uno de ellos en la más absoluta soledad, pero eso sí, con tacones altos y medias de seda...

Difícil disyuntiva la que plantea la vida, cuando no contenta con sumar ausencias, también suma más pruebas para calibrar tu sensibilidad y tu fuerza.
Cuando hay que cambiarle el nombre a la tristeza, pues ante lo que sientes, se queda pequeño.