PALABRAS QUE HIEREN



   ¿Cuantas veces nos hemos arrepentido después de haber dicho algo, aunque fuese con la mejor intención? Creo que no hay nadie en el mundo, que no haya sentido alguna vez (o muchas) el deseo de retroceder en el tiempo, para poder borrar un comentario desafortunado. 


Hace unos días pude comprobar, como por uno de esos comentarios, que a priori lo único que se pretendía con él era incentivar la creatividad de alguien, y hacerle reaccionar para que no se conformase con lo mediocre, pudiendo ser sublime, hizo que los bellos lazos que existían entre dos personas, se rompiesen de una manera dolorosa y cruel. 



Por un lado, el maldito ego, que antepone su dominio ante cualquier sentimiento, cuando se siente atacado. Estamos fuertes y preparados para recibir críticas e improperios de las personas que no conocemos o que no nos importan, incluso en muchos casos, hasta "nos resbalan"... Pero por mucho que digamos que preferimos la sinceridad a la mentira o  al halago fácil por cariño, cuando se da la circunstancia, y una persona a la que queremos, nos dice algo que no nos gusta y nos daña, la herida que se abre es insalvable. La reacción ante esto, depende del carácter de la persona que ha recibido el daño, pero de cualquier forma, siempre habrá un antes y un después, desde que se produjo el comentario, aunque se llegue a perdonar. 


Por otro lado, maldita mente que a veces va más lenta que la lengua, y maldita prepotencia al creernos con el derecho a comentar sensaciones sin sopesar la repercusión y el efecto que puede hacer en la otra parte. A veces, cuando queremos a alguien, el deseo de que esa persona esté en lo alto de la cima de su talento o de sus aptitudes, nos lleva a una posesión del alma, y a pensar que solo lo logrará siguiendo nuestras indicaciones. Cuando en realidad, lo que le ha hecho grande, ha sido precisamente la libertad de obrar y de pensar... Cuantas equivocaciones cometemos tratando de acaparar la libertad de acción y de pensamiento de las personas que queremos, pensando que así les protegemos.

Midamos nuestras observaciones hacia los demás, porque hay palabras que hieren, no sólo a quien las recibe. La herida también se extiende a quien las pronuncia... 
Su cicatriz es eterna en la memoria.